El año internacional de la luz

26 de agosto de 2015, 15:40 Hrs.
Martín Bonfil Olivera

 

Casi cada año, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) declara la celebración de 12 meses dedicados a un tema específico que contribuya a promover algún aspecto de la ciencia o la cultura.

2005 fue el Año internacional de la física; 2011, el de la química. A partir de una propuesta presentada por Ghana y México (en la que participó de manera prominente la doctora Ana María Cetto, física de la UNAM, creadora y hoy directora de su Museo de la Luz), 2015 fue declarado como el Año internacional de la luz y las tecnologías basadas en la luz.

¿Por qué es tan importante la luz? Para la especie humana, probablemente porque el principal sentido mediante el cual nos relacionamos con el mundo, la vista, se basa en la percepción de esa banda de ondas electromagnéticas de entre 400 y 700 nanómetros de longitud que conocemos como luz visible.

Parece obvio pensar que podemos ver gracias a la luz. Pero es interesante considerar que jamás vemos los objetos que creemos observar: sólo vemos la luz que se refleja en ellos (si es que no son objetos luminosos que la emiten directamente). Y si podemos “verlos” es además porque esos rayos de luz que entran a nuestros ojos (y que a la vez son partículas: fotones) son desviados, gracias al fenómeno de la refracción, por la córnea y el cristalino para enfocarse y formar una imagen en la retina. Y porque en ésta existen células –bastones y conos– en cuyas membranas hay proteínas –rodopsina– que contienen moléculas –retinal– que pueden absorber la luz y reaccionar a ella sufriendo un pequeño cambio químico, que a su vez desencadena la emisión de una señal nerviosa, la cual a través del nervio óptico llega hasta el cerebro.

Y es que en realidad el órgano con el que vemos es el cerebro, no los ojos.

Pero la luz no sólo es esencial para la especie humana ­–y para muchas otras especies animales. Es vital para toda la biósfera. Porque, a través del proceso de la fotosíntesis que se lleva a cabo en sus cloroplastos, éstas captan –gracias a la clorofila que contienen– fotones provenientes del sol y usan la energía que éstos transportan para transformar químicamente agua y dióxido de carbono en moléculas de glucosa y oxígeno.

Gracias a la fotosíntesis, las algas microscópicas y las plantas mantienen funcionando toda la maquinaria de la vida en la Tierra. Todos los demás organismos nos alimentamos de los compuestos orgánicos que genera la fotosíntesis.

La biósfera es así una máquina solar de escala planetaria. Y lo es también el planeta completo, pues la energía de la luz solar es también la que impulsa las corrientes marinas y atmosféricas y el ciclo del agua. Y con ellos fenómenos como el clima, las estaciones y la erosión, que da forma al paisaje.

Y todo esto sin mencionar siquiera la tecnología basada en la luz, de la que hoy dependemos: desde focos incandescentes hasta leds, lásers, fibras ópticas y las pantallas de TV y computadoras.

No hay duda: la luz bien merecía ser celebrada ese año.

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 26 de agosto de 2015

Contacto: mbonfil@unam.mx 

 

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